miércoles, 1 de febrero de 2012

El renacimiento del sexo

La noche surgió embriagada por la cebada fermentada. Unas risas por aquí, unas miradas por allá, las bestias nocturnas pululaban por las calles de uno a otro local de moda de la ciudad. El frío acechaba pero los pitillos mitigaban su dolor desde los labios de los smokers a cada entrada de pub que te encontrabas. Y yo, que había calentado la garganta con tres tequila-sal-y-limón me encontraba en plena cacería. 

La discoteca abarrotada; ninfas, sátiros y smokers codo con codo, espalda con espalda y lenguas entrelazadas. La música apenas dejaba escuchar lo que decían los demás, pero no importaba, excusa perfecta para acercarse más a la presa. Salía del local y le eché el ojo por primera vez. Guapa, morena, sonrisa cautivadora, el pelo liso y abundante, sin taparle el rostro desde el cuál siguió la sonrisa que proferían mis labios. Un primer y efímero contacto, ahí había algo.

A la entrada del siguiente club volvimos a hacer contacto. Hablaba con sus amigos y nos miramos de nuevo. Justo cuando pasaba a su lado. Con descaro seguí la mirada y me acerqué rápidamente a ella: "Nos vemos dentro" ¿Para qué más? Todo lo que hacía falta ya se había dicho, el deseo recorría nuestras entrañas y la impaciencia por volvernos a encontrar rompía la necesidad de volver a decir nada.

Una vez dentro me entretuve con los sátiros que me habían seguido en la noche. Las ninfas en grupos reían y miraban a su alrededor. Los sátiros las rodeaban con lascivos pensamientos. Sólo aquellos sátiros que se atrevían a traspasar las murallas de las ninfas obtenían su recompensa. Seguí las danzas de mis compañeros sátiros conjurando la risa y la alegría, la libertad y juventud, todas ellas cogidas de las manos aullando a la luna cuál poderoso lobo en la montaña. 

Completado el ritual vagué entre los cuerpos bamboleantes y sudorosos que habían ocupado el lugar hasta que la encontré por última vez en la noche. Nos acercamos maliciosamente y nos rodeamos con los brazos, ¿cómo te llamas? me preguntó acercando sus labios a mi rostro. Le respondí al oído mientras la acercaba a mi cuerpo.  Y mientras me susurraba el suyo nuestros labios chocaron y se fundieron. Durante media noche bailamos pegados el uno al otro, deseando nuestros cuerpos entrelazados. Sus labios besaban los míos, y me saboreaba con su lengua. Mis manos acariciaban su pelo y sostenían la pasión. Me deleité con su cuello, noté su respiración aumentar cuando subía por él y lo lamía con delicadeza y pasión. El baile se hizo más intenso hasta que no se pudo soportar más y escapamos del antro de ninfas, sátiros y smokers que peleaban por ocupar un lugar en cama ajena.

Tras un corto trayecto hasta mi guarida el ascensor fue una bomba donde estallaron nuestras ganas de poseernos. Uno de sus muslos se alzó y me rodeó con su pierna. El miembro presionaba contra el pantalón y gritaba por salir mientras ella presionaba su vagina contra mí y la movía sensualmente. Cuando la puerta del ascensor se abrió nos avalanzamos hacia fuera y contra el puerta volví a atacar su cuello mientras ardíamos por dentro y por fuera. Su calor me inundaba desde abajo y mi miembro contestaba de igual manera. Entramos en la casa y cogida de la mano la llevé hasta mi habitación, donde nuestras bocas volvieron a hablar solas entre sí.

La ropa desaparecía de su cuerpo al igual que del mío. Nuestra piel ardía y estar lejos el uno del otro no era una opción. La penetré con mi mano al tiempo que ella sostenía la parte de mí que le interesaba más en aquel momento. Su vagina completamente humedecida se abría fácilmente y el calor que desprendía exigía que se le prestara atención. Contra la cama, mis labios en su cuello y mis dedos dentro de ella apenas podía gemir de placer. En su último suspiro me dio a entender lo que realmente necesitaba en ese momento. Nos protegí a ambos, abrió sus piernas y mientras nos mirábamos el uno al otro entré dentro de ella suavemente. Su rostro cambió y contrajo sus músculos en esa primera estocada hacia su fuente de placer.

Cada vez que embestía sus músculos se tensaban y su respiración se entrecortaba. Una y otra vez hasta que decidió tomar las riendas de la batalla y se colocó encima, poseyendo mi polla dentro de ella me miró desde las alturas, con sus labios ligeramente separados y el pelo cayendo por encima de sus hombros, no lo suficiente para ocultar unos bellos pechos que saboreé más tarde. Arqueando la espalda hacia atrás y hacia delante al principio y más tarde sobre mí mientras abusaba de mi miembro con su sexo.

Recuerdo que volvimos a poseernos dos veces más en la noche y en la mañana que la precedía. Aún hoy, después de dos semanas, espero el día que nos volvamos a cruzar para disfrutar de su cuerpo y de sus labios. No sé si será algo el día de mañana pero se sintió más verdadero de lo que he tenido en mucho tiempo.

Se despide con este relato autobiográfico (con tintes melodramáticos)

El perro que maúlla

Meow


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